La tecnología nos ha traído muchos, muchísimos avances en diversos ámbitos y también nos ha cambiado la manera de gestionar nuestra rutina diaria. Utilizamos muchos servicios gratuitos pero, ¿a cambio de qué? En este programa de Yo y mis bits de Radio Costa Esmeralda reflexionamos un poco sobre ello.
¿Has oído alguna vez la frase que dice: “Si no pagas por un producto, quizá sea porque el producto eres tú”? Seguramente tu respuesta sea afirmativa, así que te invito a reflexionar sobre una pregunta: ¿te has parado a pensar en la cantidad de productos gratuitos que consumes a diario? Y no me refiero a muestras que pueden darte en el súper o promociones que sirven para reclamar tu atención y así poder venderte ese producto más adelante. Me refiero a que te digan: ten. Tengo esto para ti, y no te va a costar ni un euro.
Solo necesitamos echar un vistazo a nuestro smartphone para darnos cuenta de la cantidad de aplicaciones que utilizamos de manera gratuita: redes sociales, juegos, buscadores de todo tipo… compañías que tienen a miles de personas en nómina, que cotizan en bolsa pero que nadie paga por su producto. Entonces, ¿dónde está el truco?
Puede que descargar y utilizar este tipo de aplicaciones y servicios no nos cueste dinero, pero sí pagamos por ellas. No con monedas, pero sí con algo que generamos en nuestro día a día al llevar estos dispositivos móviles encima y al compartir nuestros gustos, aficiones o compras. Con cada una de estas acciones generamos datos. Ingentes cantidades de datos que compañías como Facebook o Google, por hablar de las más conocidas, utilizan para vender espacios publicitarios a las marcas.
Probablemente podrás decir: “Bueno, pero yo utilizo muy poco estas aplicaciones. Además, apenas comparto información y solo las utilizo para fisgar y leer noticias”. Aún así en ocasiones tenemos activadas por defecto funciones en las aplicaciones que permiten, por ejemplo, que una compañía sepa dónde estás en todo momento. No sólo sabe qué calles recorres, sino también en qué escaparates te paras, quién te acompaña (en caso de que la otra persona también tenga esa misma aplicación y la geolocalización activada), dónde sueles repostar con el coche… ¿Te imaginas que Repsol pudiera poner anuncios en Facebook o Google en los que ofrezcan vales de 10% en el llenado de depósito a personas que “Les gusta” o suelan poner gasolina en estaciones Cepsa? Y quien dice grandes compañías, dice pequeñas tiendas de barrio. Cualquiera con un móvil comparte datos constantemente, y cualquier negocio, del tamaño que sea, puede aprovecharse de ello.
Parece un poco intrusivo esto, ¿verdad? Puede que lo sea, pero también es algo que tiene su parte positiva. Por ejemplo: seguro que recuerdas los atentados del 13 de noviembre de 2015 en París. La población se movilizó en Twitter utilizando la etiqueta #PorteOuverte para identificar domicilios de particulares que abrían las puertas de sus viviendas a personas que buscaran refugio en esos momentos. ¿No es maravilloso saber que, en una situación como esta, puedes encontrar cobijo buscando tuits con esa etiqueta que se hayan publicado en un radio de 1km de tu ubicación?
Imagina el caos telefónico aquella noche. Amistades y familiares de los asistentes a la sala Bataclán llamando desesperados colapsando las líneas. ¿Cómo se puede notificar a todos tus seres queridos que estás bien? Para situaciones como esta Facebook implementó el safety check, un servicio que se activa cuando se da una situación de emergencia en una zona. Si Facebook sabe que estás dentro del área afectada, te envía una notificación para que puedas comunicar a todas tus amistades de la red social que te encuentras bien.
Entonces… ¿hasta qué punto es bueno o aceptable perder parte de nuestra privacidad? Hay gente que manifiesta abiertamente no tener nada que ocultar y que no le importa ser monitorizada. No sé… a veces dudo de que esas personas sean consciente de lo que significa estar bajo vigilancia constante las 24 horas del día, tanto de lo que haces como de lo que dices.
En 2015 surgió la polémica de que algunos televisores inteligentes de Samsung “escuchaban” las conversaciones que se tenían alrededor de ellos. Lo más curioso del caso es que, quien ha puesto en marcha un televisor de estos en su casa, es consciente de ello. O eso ha manifestado al aceptar el contrato de privacidad de Samsung (eso que TOOODO el mundo lee antes de dar al botón de aceptar), ya que existe una cláusula que advierte que “Samsung podría recoger y su dispositivo podría capturar comandos de voz y textos asociados para evaluar y mejorar el reconocimiento de voz. Por favor tenga en cuenta que si sus palabras habladas incluyen información privada o sensible, esa información podría ser transmitida a empresas de terceros”.
Más reciente es lo ocurrido en España a raíz de haberse conocido que la aplicación oficial de LaLiga BBVA realizaba escuchas a través del móvil. A partir de la información capturada por el micrófono y por la geolocalización del teléfono, LaLiga podía saber si ese teléfono se encontraba en un lugar en el que se estaba proyectando un partido. Si ese lugar coincidía con un establecimiento de hostelería sin licencia para poder difundir el encuentro, multa al canto.
Esto que puede parecer ciencia ficción es solo una pequeña parte. Cada vez tenemos más aparatos conectado a Internet y que forman parte de nuestra vida cotidiana. Termostatos que te permiten regular la temperatura a distancia, puertas que se abren solas cuando alguien con autorización está cerca, aspiradoras con cámara integrada y que son capaces de hacer un mapa de toda una vivienda… Decenas de servicios en casa recibiendo y transmitiendo datos.
¿Cuántas veces, de camino al trabajo, has empezado a dudar de si has cerrado con llave la puerta de casa? ¿No te parecería genial que una aplicación te permitiera saberlo? Es más… ¿no sería útil tener un mayordomo virtual que te dijera si has cerrado la puerta, que encendiera la calefacción de tu casa cuando cojas el coche de vuelta del curro, o que te haga una lista de la compra de la última receta de MasterChef? Sigue sin ser ciencia ficción. Los asistentes virtuales ya empiezan a desembarcar en España. Dispositivos que están permanentemente a la escucha para que les pidamos lo que queramos. Ahora los podemos activar desde nuestros móviles pero pronto los tendremos en casa. Les podremos pedir que reproduzcan una lista musical determinada, que nos vayan dictando una receta paso a paso, o preguntarles cualquier duda que nos surja.
Y con cada acción, más aprendizaje. Hemos pasado de decir que algo “nos gusta” en Facebook a discriminar mejor las emociones que nos hacen sentir las publicaciones de nuestros amigos (me encanta, me enfada, me entristece…) y, de esa manera, la red social nos conoce un poco más. Las famosas cookies, rastros de información que dejan las páginas que visitamos en nuestros dispositivos, proporcionan información sobre nuestros gustos a Google para mostrarnos la publicidad adecuada que vende a otras webs. Y Google probablemente lo combine con lo que buscamos, con la información que llega a nuestro de GMail… que no es poca. ¿Te has parado a pensar lo bien que puede conocerse a una persona mirando su correo electrónico? Pedidos de Amazon, reservas de vuelos, facturas de teléfono, luz… quizá me esté poniendo un poco paranoico… ¿o no?
En conclusión… ¿Es esto bueno? ¿Malo? Pues, como decía Jarabe de Palo… Depende. Como muchas cosas en esta vida, dependerá del uso que se le dé. Toda esta recogida y generación de datos puede ser muy beneficiosa y también contraproducente. Lo más importante es que quienes los generamos estemos informados y seamos conscientes de lo que se hace con ellos para poder decidir si queremos compartirlos o no.
En quince días seguiremos hablando de cómo la tecnología está cambiando (y seguirá haciéndolo) nuestras rutinas y hábitos. Recuerda que si tienes alguna pregunta o sugerencia nos la puedes hacer llegar a info@espacio3.net y la trataremos aquí. Un saludo y, ¡buenos bits!