Yo y mis bits (II): de gamers e influencers

En la segunda entrega de «Yo y mis bits» hablamos sobre diferentes vías de ingresos que tienen algunos influencers y cómo las opiniones que vierten en sus vídeos pueden contribuir a que nuestros jóvenes se vayan formando una idea de la sociedad en la que vivimos.

Youtubers, influencers, instagramers, streamers, gamers… todas estas palabras, a quienes no están acostumbrados a escucharlos, les suelen sonar a chino y no a inglés. Eso hace que muchas veces se mire con recelo a las personas, y personajes, que suelen llevar esta etiqueta. El miedo a lo desconocido puede más que la curiosidad.

Pero, en realidad, si los traducimos se convierten en conceptos que todo el mundo puede entender. Sabemos lo que es una persona que hace muchas fotografías, que juega mucho a videojuegos, o que es imagen de marcas. Todo esto lo conocemos y podemos identificar a personas que llevan a cabo esta acciones en un mundo más analógico. La irrupción de Internet solo ha hecho que se abra un terreno de juego distinto, y nuevas maneras de generar negocio. Google, con su servicio de vídeo YouTube a la cabeza, ha sido uno de los campos en los que muchos jóvenes han empezado a generar dinero propio.

Vamos a poner como ejemplo el caso de un chico malagueño del que se ha hablado mucho durante los últimos días. En lugar de empezar a hablar de él por su nombre, lo haremos por su historia.

Tenemos claro que, desde un ordenador, podemos jugar a un videojuego. Con una conexión a Internet, podemos compartir nuestra partida con el resto del mundo. Pues bien: existe una aplicación, denominada Twitch, que permite retransmitir nuestras partidas en directo (o cualquier cosa que queramos) como si tuviéramos nuestro propio canal de televisión. Si uno es bueno en un juego, como ocurre con el fútbol, la gente querrá verte. Sí. He dicho fútbol. Un deporte. Porque los videojuegos comienzan a denominarse “deportes electrónicos”. La razón, probablemente, sea para eliminarle ese estigma de actividad casera ya que comienzan a surgir equipos profesionales en los que sus integrantes cobran por jugar y competir. Igual que ocurre con el fútbol.

Nuestro protagonista, Lolito Fernández, es muy bueno en un juego en concreto y que, además, está muy de moda: “Fortnite”. Lolito participó en un torneo organizado por un famoso YouTuber del que hablamos en nuestro anterior programa: “El Rubius”. Durante el torneo mucha gente empieza a seguir el canal desde el que Lolito retransmite su partida en el torneo. Su emisión llega a tener más de 437.000 espectadores de manera simultánea.

Frenemos un momento para reflexionar: 437.000 personas viendo a alguien jugar en directo. 437.000 personas interesadas en algo muy concreto (eSports, o deportes electrónicos), con un rango de edad eminentemente joven, mirando con atención las evoluciones de un chaval joven que siempre viste una gorra. ¿Cuánto creéis que pagaría una marca de ropa/bebida/teclados de ordenador/monitores para insertar publicidad en esa gorra o durante la emisión de la partida? Recordemos: 437.000 personas de un público muy concreto.

Continuemos con la historia. Lolito se convierte en un youtuber a seguir. A partir de ese momento, las suscripciones a su canal de YouTube se disparan. Para que os hagáis una idea, el 27 de octubre de 2017 comparte un vídeo pasar celebrar que ha llegado a 50.000 suscriptores. Ocho meses después, su canal lo siguen más de 3.200.000 personas. Sus vídeos, dedicados actualmente a partidas de Fortnite tienen una media de 2.000.000 de visualizaciones. En esos 20 minutos de vídeo que duran las partidas hay insertados un par de anuncios. Pero… escuchemos lo que dice también al final del encabezamiento de cada vídeo:

Frenemos de nuevo para hablar de Fortnite. Para lo que estamos tratando hoy, lo más relevante de este juego no es la temática en sí, sino que no hay que pagar un solo euro para disfrutar de él. Es totalmente gratuito. Es cierto que se pueden comprar mejoras para tener trajes diferentes con los que vestir tu personaje, pero eso nunca te dará una ventaja competitiva contra el resto. Curiosamente, en el primer mes de implantación en dispositivos móviles (solo Apple) ha facturado una media de un millón de dólares diarios. Con este dato supongo que sabréis a qué se refiere Lolito cuando utiliza el eufemismo “apoyar a mi canal” cuando pide que se descargue el juego desde un enlace determinado, ¿verdad?

Vamos finalizando la historia recuperando algo que dije al principio: que Lolito ha sido protagonista en prensa en los últimos días. La razón es que publicó un vídeo, ya borrado, en el que decía que se iba a mudar a Andorra porque en España se le sableaba a impuestos y que a él, este país, no le había dado nada a cambio. Afirmó, por ejemplo, que él no había acabado de cursar sus estudios en el instituto, dando a entender que nunca utilizó su parte de impuestos para acabar de formarse. Esta fuga de youtubers a Andorra, al igual que ocurre con otros deportistas, no son casos anecdóticos y es algo que, como sociedad, debería preocuparnos. No solo porque sea la opinión individual de un grupo de youtubers, sino que son personalidades que la juventud va tomando como ejemplo y el mensaje va calando entre sus seguidores. Lolito no explica que, probablemente, haya nacido en un hospital público sin coste alguno para su familia, que ha utilizado varias veces las carreteras, que habrá pisado las aceras en buen estado de su Málaga natal o que en Galicia, comunidad en la que ha estado viviendo hasta ahora, había sistema de alcantarillado.

Y decimos que el mensaje de Lolito cala en sus seguidores porque estos youtubers de éxito son referentes para la juventud; sus opiniones influyen en estas generaciones. Por eso se les llama influencers. Esta es una de las razones por las que nuestra generación debe preocuparse por saber qué mensajes se están transmitiendo desde estos perfiles de referencia para después hacer pensar a los más jóvenes:

Hasta aquí el Yo y mis bits de hoy. En quince días volvemos a escucharnos para hablar de nuestros datos. De cómo compartimos más información de la que pensamos cuando utilizamos nuestras redes sociales.¿Somos conscientes realmente de todo lo que suministramos a esas compañías?

Un saludo y… ¡buenos bits!

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