Soy un retrón y yo sin enterarme

Seis semanas estirado en la cama de un hospital dan para pensar mucho. Las posteriores, cuando comienzan a sentarte en una silla de ruedas similar a la que usarás el resto de tu vida, también lo haces, pero de manera diferente. Las cavilaciones se entremezclan con las nuevas sensaciones que va experimentando tu cuerpo y te das cuenta que todo lo que habías imaginado estaba pervertido por la (errónea) idea que uno se había hecho de la discapacidad.

Cuando volví al mundo real (tras 9 meses de ingreso + rehabilitación ambulatoria) yo prioricé mi «reincorporación» a la sociedad. O sea, hacer sentado lo que me hubiera tocado hacer de pie si un coche no se hubiera cruzado en el camino de mi moto. Es algo que tiene bastante lógica (para mí, por lo menos). Decidí que mi silla y mis dificultades para operar con «normalidad» ya iban a cambiar bastante mi vida como para, además, cambiar yo mi actitud y mis expectativas sobre lo que espero de ella. Había visto a gente conformarse con vivir de su pensión, montar una ortopedia o involucrarse de lleno en una asociación para discapacitados. Yo no quería eso. Para mí era como envolverte en la problemática que representan las dificultades. Hacer de ello escudo y bandera.

Hoy he descubierto el blog De retrones y hombres. Estoy enganchado. Explican Instruyen sobre lo que implica una retroñez (aka discapacidad) de una manera irreverente, sarcástica… REAL, en definitiva. Con el segundo artículo me descojonaba yo solo en casa, concretamente a leer estos párrafos sublimes:

En este blog, a pesar de tener a nuestra disposición tan amplia gama de opciones, preferimos usar «retrón». Un vocablo inventado, sonoro, que recuerda a «retarded» en inglés, a «retroceder» y que suena despectivo. Nuestros motivos, y los míos personalmente, son básicamente dos:

Por un lado, si no te sabes reír de ti mismo, tienes un problema serio. Seas retrón o no. Cualquiera que tenga dos dedos de frente lo sabe. Si eres gordo y te molestan los chistes de gordos, 1. lo vas a pasar mal en la vida, 2. los van a contar igual cuando te gires y vas a ver por el rabillo del ojo cómo se ríen disimulando, y 3. te vas a perder algún chiste de gordos francamente bueno. Si encima vas y te empeñas en que la gente no llame «gordos» a los gordos, sino «personas de volumen curiosón», «humanos de abdomen generoso» o «delgados en desarrollo», entonces ya ni te cuento.

En segundo lugar, y más importante si cabe, es siempre bueno tener una lista de prioridades. Como escribí un día que estaba inspirado en twitter:

Receta para ser feliz: 1. Aprende a distinguir lo importante de lo que no lo es. 2. Actúa en consecuencia. 3. Sí, sí, actúa en consecuencia.

Sinceramente, hay muchas cosas que hacer que van antes que intentar modificar el lenguaje. Uno puede dedicar sus energías, su dinero y su tiempo a que la sociedad, en vez de llamarnos «minusválidos», nos llame «locomotivamente creativos», «chanantemente bailongos» o «personas con biomecánica interesante«. Uno puede enfadarse cuando escucha o lee «minusválido», y ponerse a mandar cartas al director, escribir comentarios en blogs, quemar diccionarios de la RAE, o traducir el BOE a lenguaje buenista. Pero, lamentablemente, las energías, el dinero y el tiempo, son recursos limitados.

Lo siento. El mundo está hecho así.

Me siento tan identificado con todos los textos que he leído hasta ahora de Raúl Gay y Pablo Echenique que entran unas ganas enormes de sumarse al equipo para explicar impotencias, risas y situaciones tanto divertidas como dolorosas que he vivido (y que me quedan aún por experimentar). Echo de menos escribir, y sería una buena opción hacerlo. Lo malo es que ambos abandonan el blog porque no tienen tiempo para ello. Lo bueno es que eso me daría más posibilidades para poder involucrarme y retomar mi «yo» más ácido con respecto a la discapacidad.

Y lo malo es que piden constancia. Y mi último post es de hace medio año…

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