El pasado 24 de mayo El Rubius anunciaba mediante un vídeo que se iba a dar un tiempo y que, durante una temporada, dejaría de subir contenido a su canal de YouTube. En ese vídeo explica que en el último año ha notado que a menudo le costaba respirar y que incluso ha tenido que acabar alguno de sus directos antes de tiempo porque sentía que se desmayaba. El detonante: la ansiedad que le provocaba el querer dar «la mejor versión de mí el 100% de las veces que estoy en cámara». Es muy recomendable ver el vídeo con mentalidad abierta, poniéndote en la piel de un chaval de 28 años que se ha sobreexpuesto en redes sociales durante los últimos 7. Una actividad que ha provocado un nivel atención por parte del resto del mundo que la inmensa mayoría de la población no podrá entender (aunque aquí un compañero suyo, Wismichu, intenta explicarlo). Si crees que solo vas a ver la pataleta de un crío que graba estupideces y las cuelga en YouTube, si es así como defines a un youtuber, entonces ahórrate los casi 8 minutos de vídeo.
Escribo todo esto porque hoy me ha hecho feliz escuchar a Jordi Basté en el davantal de su programa «El món a RAC1» hablando de esto. Le ha dedicado a este asunto los que, probablemente, sean los 4 minutos de máxima audiencia de hoy en toda la radio catalana. En una semana en la que se debate una moción de censura a Mariano Rajoy ha dedicado 4 minutos a hablar sobre cómo la sobreexposición en redes nos acaba presionando. Está claro que el caso de El Rubius es extremo debido a que es un personaje famoso pero esta presión, esta exigencia que sentimos de mostrar una vida perfecta y feliz, nos afecta a toda la sociedad. Un efecto que ha fue plasmado hace un par de años de una manera genial por Shaun Higton en su corto «What’s on your mind?»
La juventud de estos tiempos busca el like en sus redes sociales, que nos es ni más ni menos que lo que hace unos años buscábamos todos: caer bien. Antes se conseguía entrando en cierto grupo de gente o que te escogieran al principio para el equipo de fútbol en el recreo. Eso daba cierto status. Ahora el objetivo es que cierta persona le de al corazón en tu foto de Instagram o quiera hacer un musically contigo. Ese es el modelo de aceptación actual, y lo único que lo diferencia del anterior es el medio en el que ocurre. Pero el medio importa, porque antes se quedaba en un ámbito privado y en un espacio temporal limitado. La gran mayoría de estas nuevas relaciones sociales son públicas y pueden consultarse en cualquier momento y desde cualquier lugar. Y no nos engañemos: esto no solo ocurre en la adolescencia.
Ahora el debate girará en torno a la decisión de El Rubius, si «tiene derecho» a sentirse así con el dinero que está ganando con sus vídeos y la explotación de su imagen (actividad escogida por él), o si es algo que va a ir ocurriéndole al resto del mundo youtuber. Pero pensemos un momento: ¿quién le ha enseñado a estos chicos a comportarse en la red y a medir las consecuencias de sus acciones? Es más, ¿quién sabía de esas consecuencias hace 7 o 10 años? María Rubio (Miare) lo explica en una entrevista en Código Nuevo, en la que afirma que, sabiendo o que sabe, si volviera atrás no se haría youtuber. Y pensarás que no vale volver a tomar decisiones sabiendo lo que ocurrirá, pero en una cosa tiene razón. «Tienes que aprender a vivir con el peso de ser famoso pero sin ser famoso de verdad porque tú no y tienes a un equipo detrás que te esté aconsejando: puedes decir esto, no puedes lo otro». Se han visto solos en un entorno desconocido y han aprendido a base de prueba y error. El problema es que algunos errores pueden tener con secuencias graves.
Les pasa a ellos, a los famosos de la red, pero también al resto de personas que compartimos nuestras vivencias en ese entorno. Y parece que el foco con el caso de El Rubius se va a centrar en que él no ha podido aguantar la presión del entorno, cuando lo que nunca debería haber ocurrido es, precisamente, que el entorno presionara. La cuestión es: ¿quién nos enseña la convivencia digital? ¿Desde dónde?