Cuando un solo metro es un abismo insalvable

Otra vez es 3 de diciembre y de nuevo me veo obligado a escribir algo porque hoy se celebra el Día Internacional de la Discapacidad. Nadie me apunta con una pistola, ojo. Pero claro… como PVC (acrónimo de “Persona Visiblemente Cascada”) reivindicativa uno puede llegar a sentirse culpable si no escribe unas líneas sobre el tema. De sexo ya escribí el año pasado y, como no me gusta centrarme en las típicas barreras arquitectónicas, esta vez voy a relatar una experiencia reciente. De ayer mismo.

Vamos al contexto: cita con una chica que conocí en Tinder (un día tengo que hablar de las sorpresas que depara esta aplicación). Después de bastante tiempo conversando vía WhatsApp decidimos quedar ayer. La idea inicial de ir a comer a uno de mis sitios favoritos la descartamos (bueno… la descarté yo) porque, si ya de por si el acceso a la Puebla Vieja de Laredo es complicado, con el suelo mojado se convierte en deporte de riesgo para los usuarios de silla de ruedas. Después de sopesar varios planes decidimos ponérnoslo fácil: me desplazo hasta su casa, aparcamos en el aparcamiento de su comunidad para no acabar calados hasta los huesos en caso de que llueva, ya que extraer la silla de ruedas del maletero y sacar un cuerpo de 1,83m y más de 80 kilos de peso pues… como que tiene su trabajo y se tarda un poco en llevar a cabo.

Decidimos seguir poniéndonos las cosas muy fáciles. Nos quedamos en su casa. Me preguntó si me siento en el sofá o me quedo en la silla. Le explico que me quedo. Que nunca lo hago ya que suelen estar muy bajos y volver a la silla después sin piolets ni cuerdas de escalada es muy complicado. Le explico mi primera (y única) experiencia en casa con los sofás. Creo que no la acabé. Los temas se engarzan unos con otros y la conversación fluye. Acompaño a Laura (nombre ficticio) a la cocina mientras prepara un par de cafés. Volvemos al salón. Ella se sienta de nuevo en el sofá con las piernas cruzadas sobre el asiento. Yo, con la silla tocando la mesa y el sofá a un metro de ella. Lo más cerca que puedo.

La conversación continúa. Y las risas, la música y el buen rollo. Hablamos de sus aficiones, de las razones de mi mudanza a Cantabria, de las relaciones humanas, tanto de pareja como familiares, de amistades… y en ese punto Laura se deja llevar y habla de un caso concreto. Mientras evoluciona el relato veo que sus ojos comienzan a empañarse. Miro mis ruedas pegadas al sofá y a la mesa, el metro de distancia que nos separa, el infinito que adorna la cadena que le rodea el cuello, sus ojos y sus labios mientras pronuncia “Es que me emociono”.

La manera de encajar la falta de movilidad va por barrios, pero creo que todo el mundo, tarde o temprano, acaba por acostumbrarse a que no puede caminar, por ejemplo. El instinto rutinario de levantarse de un lugar para ir caminando a otro desaparece y deja paso a un nuevo mecanismo. Pero cuando una acción va acompañada de un componente emocional… ay. Eso es otra cosa. Ayer la cabeza necesitaba desplazar el 1,83m y los 80 kilos de peso solamente un metro, o incluso menos, para poder sentarme junto a Laura y abrazarla, pero era imposible. Pedirle que se moviera para que estuviera más cerca era tan antinatural como ineficiente, porque el abrazo con una rueda de por medio y un desnivel en altura es muy incómodo. Y pedirle a una desconocida que se siente en tus rodillas para poder abrazarla mejor suena al cuento de la Caperucita y el Lobo.

No creo que vaya a acostumbrarme nunca a quedarme con las ganas de estas cosas. Este es solo un ejemplo, pero podrían enumerarse cientos: chutar un balón cuando te viene de cara, tirarme al suelo y sentarme en la cama a jugar con mi sobrina, follar como te pide el cuerpo cuando uno está en un momento álgido de pasión, levantarse a separar a dos personas que están peleando, cerrar el puño cuando algo te da mucha rabia, mostrar una dirección alargando el dedo índice…

Dicen de los retrones que tenemos cambios de humor repentinos y creo que, quizá, tienen que ver con la dificultad de controlar estos impulsos. Así que si un día te mando a tomar por culo sin venir a cuento, no te lo tomes como algo personal. Es que estoy en uno de esos cambios de humor repentinos.

Bueno… a no ser que sea la tercera vez que te lo digo. Entonces ya… igual sí tiene un componente personal 😉

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