O de cómo eres. O en lo que te has convertido. O te han convertido, no sé. La cuestión es que yo evité aprovecharme de lo que era hace 20 años y ahora me arrepiento. Bueno… creo. No lo sé.
Me explico: hace algo más de 21 años tuve un accidente de moto. A raíz de ese golpe sufrí la rotura de dos vértebras cervicales. Un trozo de hueso quiso meterse hacia adentro de la columna con lo que, además, mi médula espinal acabó seccionada. Resultado: tetraplegia a nivel de la 6ª-7ª cervical. ¡Ah! Y la rodilla izquierda rota.
La cuestión es que una vez estás inmerso en el maravilloso mundo de la discapacidad te das cuenta de muchas cosas: de lo buitres que pueden llegar a ser algunos abogados, de la multitud de pequeñas barreras (arquitectónicas y humanas) que nos rodean a los usuarios de sillas de ruedas, de lo complejas que pueden ser las gestiones burocráticas, de los abusos que cometen algunas ortopedias… Así que un día pensé: «Si alguien me hubiera orientado en este mundo desde un principio…». Y el siguiente pensamiento fue: «Si no existe, crea tú una ‘asesoría de la discapacidad’».
Como idea es cojonuda, sí. Y útil. Y válida. Pero en ese momento también pensé que quería tener una vida normal. Que no tenía que permitir que mi retroñez (aka discapacidad) afectara al curso de mi vida más de lo imprescindible. Si no pensaba hacer eso antes del accidente, ¿por qué hacerlo ahora? ¿Por qué dedicarte a algo únicamente por lo que eres?
Viéndolo con perspectiva, considero que fue inteligente la decisión que tomé en su día. Pero también es cierto que el otro camino no hubiera sido malo del todo.